miércoles, 6 de abril de 2022

El hombrecito del azulejo - azulejos Pais de Calais

El hombrecito del azulejo es un ser singular. Nació en Francia, en Desvres, departamento del Pais de Calais, y vino a Buenos Aires por equivocación. 



Sus manufactureros, los Fourmaintraux, no lo destinaban aquí, pero lo incluyeron por error dentro de uno de los cajones rotulados para la capital argentina, e hizo el viaje, embalado prolijamente el único distinto de los azulejos del lote. 

Los demás, los que ahora lo acompañan en el zócalo, son azules como él, con dibujos geométricos estampados cuya tonalidad se deslíe hacia el blanco del centro lechoso, pero ninguno se honra con su diseño: el de un hombrecito azul, barbudo, con calzas antiguas, gorro de duende y un bastón en la mano derecha.


Así comienza el cuento El hombrecito del azulejo, de Manuel Mujica Lainez, cuyo protagonista es un antiguo mosaico Pas de Calais que cobra vida y logra salvar a un niño enfermo después de librar una batalla con la muerte. 
El relato reconstruye una Buenos Aires pueblerina, de casas con zaguanes, patios y aljibes, que hacia mediados del siglo XIX incorporó elementos de la ornamentación francesa, entre ellos, estos azulejos de motivos casi siempre azules. 

En las casas se los colocaba en los zócalos, zaguanes y patios, en los brocales de los aljibes, en los frentes de los escalones y los antepechos de las ventanas. Antes del 1800 se usaba como elemento decorativo la loza de la vajilla doméstica, y todavía quedan restos de esas aplicaciones en la ciudad de Colonia, en Uruguay.















En Buenos Aires se utilizaron estos azulejos en las cúpulas de las iglesias, como la del Pilar, la de Santo Domingo y La Catedral, 
En muchas de ellas, los azulejos están colocados de tal manera que logran formar dibujos que, desde lejos, se ven como meandros, cuadrados o diagonales.

Aunque se cree que los azulejos en el Río de la Plata existen desde la época de la Colonia, en realidad desembarcaron ya entrado el siglo XIX.

Llegaron alrededor de 1850. En muchos casos venían como lastre de los barcos que llegaban al Río de la Plata y después se iban cargados de mercadería, señala Eduardo Vásquez, director del Museo de la Ciudad.





Los azulejos provenían de la ciudad de Desvres, en Pas de Calais, y de la ciudad de Aubagne en la boca del Ródano. Los primeros medían 11 x 11 cm, mientras que en Aubagne se fabricaban en medidas de 15 x 15 cm a 20 x 20 centímetros. Aunque se conocen cerca de ciento cincuenta modelos, era raro encontrar figuras humanas: generalmente estaban decorados con motivos geométricos o vegetales, siempre con elementos menudos e ingenuos. 

Entre azulejos de diseños iguales se notaba con frecuencia ciertas irregularidades en los dibujos, seguramente por deficiencias de cocción, algo que forma parte de su encanto y los diferencia de los industriales. Eran azulejos de factura simple. El diseño más común era el llamado etiqueta, con rayas paralelas, redondeadas en las esquinas, que seguían el contorno del cuadrado, comenta Vásquez.




La fábrica de Desvres todavía existe, pero cerró producción. Hoy reproducimos los mosaicos de Pas de Calais, aunque con otras técnicas y pigmentos, cuenta Eleonora Fresco, otra de nuestras entrevistadas, que luego de investigar el tema en profundidad logró obtener diseños y efectos similares a los originales.




Las cerámicas se realizaban en biscocho rojo o blanco con diversas técnicas. La llamada bajo cubierta consistía en pintar sobre el biscocho con pigmento u óxido y cubrir con cristal. La técnica sobre cubierta colocaba primero el esmalte de base y realizaba el dibujo sin pintarlo después con la capa de cristal. Otra variante era colocar esmalte blanco o engobe (más económico) sobre el biscocho, hacer el dibujo y después cubrir con cristal.

Antes se utilizaban óxidos sacados de la montaña. Producían un efecto esfumado muy difícil de lograr hoy. La matriz se realizaba con ramas y hojas, se volcaba el barro sobre la tierra húmeda y se secaba al sol, cuenta Eleonora, que pinta a mano cada azulejo para lograr el aspecto artesanal de los antepasados franceses, que s sin embargo, se hacían con serigrafía.

El color más difícil de imitar es el borravino. También existían algunos con algo de verde y amarillo, aunque los más habituales eran azules y blancos, explica esta egresada de Bellas Artes que trabaja junto con una química para lograr los colores exactos. Su opinión ha sido requerida en la recuperación del colegio Champagnat, el aljibe de la casa de Sarmiento, en San Juan, y el subterráneo de Buenos Aires, que tienen otro tipo de mayólicas antiguas.


Se los utiliza mucho en las cocinas de campo con hornos de barro u hornos de leña antiguos. También quedan muy bien en chimeneas. 
Este tipo de azulejos se caracteriza por tener las esquinas tomadas: al juntarlos con otros se produce una continuidad que es muy agradable, explica Sergio Cardini, quien aclara que, cuando se rehace algo colonial, se suele pintar gran parte de la pared y colocar azulejos en paños chicos, cerca de mesadas o alacenas, pero siempre enteros.